El ángel de Varsovia, la mujer que drogaba y metía niños en ataúdes para salvarlos

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La aniquilación sistemática de los 6 millones de judíos que tuvo lugar durante el holocausto es, sin duda, una de las manchas negras más importantes de la humanidad.

Aunque hubo actos de pura maldad que aún producen dolor en nuestros días, también hubo actos de valentía y humanidad. Historias increíbles que dan testimonio de la bondad, el amor y la compasión del ser humano.

Ésta es la historia de Irena Sendler, una mujer extraordinaria y su regalo al prójimo. Un nombre desconocido para la mayoría de la gente que desafió a los nazis y salvó a 2.500 niños judíos del gueto de Varsovia.

posztos / Shutterstock

La historia de esta heroína comienza en 1910 en Otwock, una ciudad a unos 15 kilómetros al sureste de Varsovia. Desde pequeña estuvo influenciada por su padre, uno de los primeros socialistas polacos y médico de judíos de economía baja.

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Con tan sólo 6 años, falleció su padre, quien momentos antes de morir, le enseñaría la que sería la lección más importante de su vida: «el verdadero sentido de la vida es ayudar a los que lo necesitan». Quizás esa fue la razón por la que Irena decidió estudiar enfermería e ingresar en los Servicios Sociales para ayudar a los más necesitados.

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Con la llegada de los nazis en 1939, Irena intentó hacer todo lo posible por aquellas personas que sufrían abusos. Gracias a su posición, consiguió que los servicios municipales proporcionaran ropa, medicinas y dinero para los judíos.

Sin embargo, cuando en 1942 los nazis reunieron a cientos de miles de judíos en lo que sería el Gueto de Varsovia para llevarlos a una muerte segura, Irena Sendler se sintió tan frustrada que decidió unirse al movimiento de resistencia clandestino polaco organizado por la ‘Zegota’ para hacer más por el pueblo judío.

Con el tiempo, conseguiría un pase del Departamento de Control de Epidemias de Varsovia con el que podía visitar el gueto legalmente para establecer contactos, crear comedores y proporcionar medicinas y ropa. Tristemente, ni aún con todo su esfuerzo, pudo evitar la muerte de más de 5.000 personas a causa de la escasez de alimentos en un solo mes. Así fue que decidió que su misión sería entonces la de ayudar a los niños judíos a salir de aquel infierno.

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«Como los alemanes invasores tenían miedo de que se desatara una epidemia de tifus, toleraban que los polacos controlásemos el recinto», explicaba Irena años más tarde.

A pesar de que en un primer momento casi todas las familias se negaron a deshacerse de sus pequeños, en cuanto llegaron las primeras muertes por enfermedad e inanición, a Irena no dejaron de lloverle las peticiones de ayuda. Después de más de un año y medio de duro trabajo, la vida de más de 2.500 niños pudieron salvarse.

Para cumplir su objetivo, Irena se vio obligada a adoptar métodos de todo tipo y a sedar a los pequeños para evitar que hicieran ruido durante el viaje. Algunos niños fueron sacados en sacos de armas, otros en bolsas de cadáveres.

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Un mecánico, incluso, llegó a sacar a un bebé en su caja de herramientas. La mayoría iban en sacos de patatas o escondidos en ataúdes. A veces, los niños iban a una iglesia que tenía dos entradas, de manera que entraban a la iglesia como judíos y salían como cristianos.

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«En mis sueños, todavía oigo los gritos de los niños que dejaban a sus padres atrás», contaba Irena.

Los niños rescatados recibían identidades falsas antes de ser entregados a orfanatos y conventos. Tras anotar en forma codificada los nombres originales de los niños y sus nuevas identidades, Irena guardaba los registros en frascos que luego enterraba con la esperanza de que algún día pudiera recuperarlos e informar a los niños acerca de sus verdaderas familias.

Lamentablemente, los nazis descubrieron las actividades de la enfermera, y el 20 de octubre de 1943 fue arrestada y brutalmente torturada. Terminó en la prisión de Pawiak, donde nadie pudo romper su espíritu a pesar de ser condenada a muerte. Ella era la única que conocía los nombres y las direcciones de las familias que protegían a los niños judíos, por lo que encontró la fuerza necesaria y resistió las continuas torturas a las que era sometida con tal de no a traicionar a sus niños o sus compañeros.

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Cartel nazi que amenaza de muerte a cualquier polaco que ayude a la comunidad judía / wikipedia

Afortunadamente, Irena logró salvar la vida en el último minuto gracias a que los miembros de la Zegota sobornaron a uno de los agentes de la Gestapo para detener la ejecución en señal de agradecimiento. Aunque escapó de la prisión, Irena sería perseguida por los nazis durante el resto de la guerra.

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Después de esquivar la muerte en varias ocasiones hasta la caída de los nazis, nuestra protagonista volvería a ser encarcelada y torturada por su pasado socialista y los rescates de los niños judíos. Una de esas torturas le provocaría el parto prematuro de su hijo Andrzej, quien moría tres semanas después.

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Una vez que la presencia militar se hubo calmado, Irena utilizó las notas para reunir a los niños con sus familias, quienes ahora se encontraban dispersos por toda Europa. Por desgracia, la mayoría había perdido a sus familias durante el Holocausto en los campos de concentración.

Irena Sendler no se consideraba ninguna heroína y nunca buscó reconocimiento por sus acciones. «Pude haber hecho más, este arrepentimiento me perseguirá hasta mi muerte», decía Irena cada vez que alguien la felicitaba.

A pesar de su pensamiento, numerosos premios de notable reconocimiento honraron los inconmensurables gestos de bondad de esta mujer. En el año 2007 fue incluso nominada al Nobel de la Paz.

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Durante la ceremonia, Elzbieta Ficowska, quien tenía sólo seis meses cuando fue rescatada por Irena Sendler, leyó una carta en su nombre: «Todo niño salvado por mi ayuda justifica mi existencia en esta Tierra y no un título para la gloria».

Esta valiente mujer fue una de las personas más dedicadas y activas en ayudar a los judíos durante la ocupación nazi de Polonia. Su valor permitió no sólo la supervivencia de 2.500 niños judíos, sino también la de las siguientes generaciones. Historias como éstas nos recuerdan el pasado para que no cometamos los mismos errores y nos muestra que siempre hay un «ángel de la guarda» que vela por los demás.

Fuente: Auschwitz
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