100 Millones de muertos, el macabro plan con el que Japón pretendía resistir en la Segunda Guerra Mundial

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Cada vez que recordamos la rendición de Japón durante la Segunda Guerra Mundial se nos viene a la cabeza la idea de que peleó por el domino del Pacífico con EEUU y finalmente se rindió tras el lanzamientos de las dos bombas nucleares.

Aunque el relato no es incorrecto, lo cierto es que deja en un segundo plano hechos muy relevantes desconocidos para la mayor parte de la sociedad.

Si bien la intención de este texto no es la de justificar la acción del gigante americano ni las atrocidades niponas, es necesario analizar el trasfondo que llevó a este fatídico desenlace para comprender mejor qué motivó la rendición, a priori inverosímil, para el pueblo japonés.

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Para empezar debemos entender cómo era la sociedad japonesa en aquel momento, o mejor dicho, cómo pensaba EEUU que era.

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Desde 1639, Japón se autoimpuso una política de aislamiento que impedía la entrada de extranjeros al país por miedo a la posible influencia que pudiesen tener sobre su arraigada cultura. Otros factores como la insularidad o el alto concepto que el país tenía de sí mismo hicieron que la isla viviese bastante alejada del resto del mundo.

Si a esto le sumamos que anteriormente Japón sólo mantuvo un enfrentamiento bélico con una potencia occidental, parece normal que los nipones se convirtieran en el rival más impredecible al que se había enfrentado EEUU en la contienda internacional.

El Crisantemo y la Espada: jerarquía y «espíritu japonés»

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La apertura obligada por el comodoro Perry cambió Japón para siempre.

En 1944, y ante las crecientes operaciones militares en el Pacífico, el gobierno estadounidense encargó un informe sobre cómo gestionar una posible ocupación de Japón. Como resultado de las investigaciones apareció el libro «El Crisantemo y la Espada«, el cual fue publicado en 1946 para convertirse en una de las guías principales de la administración estadounidense.

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Ruth Benedict, la encargada de realizar el informe, observó grandes diferencias en la forma de relatar el conflicto por parte de cada país.

Mientras que en EEUU se explicaba que se habían visto «forzados» a entrar en guerra tras el ataque sorpresa sobre Pearl Harbor y la declaración de guerra por parte de la Alemania nazi, en Japón las acciones bélicas, además de considerarse justificadas, se veían necesarias y beneficiosas para la comunidad internacional.

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Soldados japoneses y prisioneros chinos y coreanos durante la Primera Guerra sino-japonesa.

Esta curiosa forma de ver el conflicto armado por parte de la sociedad nipona tenía que ver con el concepto que tenía el pueblo japonés sobre el deber de imponer el orden sobre la anarquía.

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Los asiáticos pensaban que Japón era la única nación verdaderamente civilizada y era su responsabilidad establecer una jerarquía de países bajo su mando. Tanto es así que consideraban sus diversas invasiones sobre China como actos altruistas en pos de educar a otros países más atrasados.

Sin embargo, si había dos conceptos que la sociedad japonesa aborrecía, estos eran el «materialismo» y el «individualismo«. Debido a su cultura, los japoneses pensaban que ganarían la contienda debido a que la suya sería una «victoria del espíritu sobre la materia«.

EEUU podría tener más población, mayores recursos y una mayor producción industrial, pero nunca tendrían el «espíritu japonés».

Sólo mediante este concepción de completo desprecio por lo material y lo individual es posible concebir el ejemplo más extremo que ofreció la guerra: los pilotos kamikaze.

Resistir hasta morir

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Pilotos japoneses. Más de 200.000 se suicidarían en actos de combate.

Esta forma de enfrentar la guerra hizo que el número de bajas nunca se antepusiera al ideal de la comunidad japonés. En la Batalla de Tarawa murieron los 4.800 japoneses que participaron. En Saipan sólo sobrevivieron 1.000 de los 32.000, muchos de ellos fallecidos en atentados suicidas.

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Pero eso solo era el comienzo. La primera vez que EEUU piso suelo japonés durante la batalla de Iwo Jima, Japón realizó una resistencia numantina en la que perecieron prácticamente la totalidad de los 22.500 japoneses desplegados en la isla.

Desgraciadamente, los efectos de la guerra no recayeron únicamente sobre el ejército. Tan sólo en la jornada del 9 de marzo de 1945, 334 bombarderos destruyeron una cuarta parte de la capital nipona causando 83.793 muertos, 40.918 heridos y dejando sin hogar a más de 1.000.000 de personas.

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Tokio en 1945, absolutamente arrasada por las bombas.

Aún así, la sociedad japonesa todavía defendía fervientemente la superioridad del espíritu sobre los números. De hecho, uno de los principales lemas de la época rezaba: «nuestra formación contra su superioridad numérica y nuestra carne contra su acero«.

Cualquier ejército se daría por vencido al sufrir la pérdida de 1 de cada 3 de sus componentes. Sin embargo, las tropas japonesas ofrecieron ejemplos de resistencia donde sólo sobrevivía 1 de cada 120.

Esta actitud se debía a que los japoneses tenían una concepción completamente distinta de la rendición. Mientras que en occidente la rendición era legítima cuando un soldado había hecho todo lo posible, en Japón, en parte debido a su tradición samurai y al bushido, el concepto del honor estaba íntimamente ligado a morir luchando.

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Un soldado japonés llama al combate durante la batalla de Okinawa.

Tomar otra salida diferente a la muerte hacía que el soldado cayese en desgracia y viviese el resto de su vida en vergüenza. Antes que la rendición, era preferible el suicidio.

A partir de la toma de Okinawa, de la capitulación alemana de mayo de 1945 y de la destrucción prácticamente total de la Armada, el presidente Truman tuvo que afrontar un difícil dilema.

¿Qué debía hacer ante un enemigo dispuesto a perder la vida de todos sus integrantes antes que firmar una rendición? ¿Debía organizar una invasión que le aseguraba una injustificable (ante su electorado) cantidad de bajas propias, o debía lanzar las bombas?

Finalmente, ante el rechazo de la rendición incondicional del gobierno japonés, EEUU decidió lanzar la primera bomba atómica el 6 de agosto de 1945 sobre la ciudad de Hiroshima. Las víctimas mortales se contaron en torno a las 140.000. Y el 9 de agosto de 1945 cayó la segunda bomba nuclear sobre Nagasaki causando la pérdida de 73.884 personas.

¿Qué hubiese pasado si las bombas atómicas nunca se hubieran lanzado?

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Las dos bombas atómicas terminaron con todo.

A pesar del enorme daño humano que había sufrido la nación del sol naciente, todavía quedaban grupos militaristas y nacionalistas que promovían la resistencia a ultranza y que incluso usaban lemas como «los cien millones de muertos«, con el objetivo de luchar hasta que no quedara un japonés vivo.

Llegados a este punto, el primer ministro Suzuki se dirigió al emperador para que fuera él quien tomara la decisión de la rendición. Considerado una deidad viviente, solo él tenía la capacidad de pedir al país lo imposible. Podía haber exigido la resistencia a ultranza que le pedían algunos, pero decidió optar por la rendición.

Su decisión fue tan difícil de asimilar que durante el discurso de rendición nunca se utilizó la palabra «rendición», sino la rebuscada expresión «ha llegado la hora de soportar lo insoportable«.

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La rendición resultaba tan inaceptable para muchos soldados que siguieron «luchando» hasta la década de los ’70.

La prueba definitiva de lo duro que le resultó aceptar la rendición a la sociedad japonesa es que, aunque oficializada el 2 de septiembre de 1945, muchos de los japoneses no la llevaron a cabo hasta varias décadas después por lo inverosímil que les parecía.

Es ampliamente conocido el caso de los «soldados rezagados«, soldados aislados e incomunicados y que por sus fuertes convicciones o por la vergüenza de la rendición continuaron la resistencia mucho después de terminada la guerra.

¡Comparte los secretos tras la rendición japonesa con todos tus amigos!

Fuente: Magnet
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